Buenas tardes
¿Cómo le va? Permiso, tomo asiento. Ahora entiendo porque solicitó esta reunión
a pesar de nuestras diferencias. Deje que alabe su decisión de hacerlo aquí, en
un lugar neutro, para evitar las habladurías de esas personas que se desviven
por ser autorreferentes y señalarse como objetivas en los problemas que nos
atañen. No hace falta que lo aclare y sé muy bien que usted lo tiene bien
claro: Nuestros colegas no son más que una manga de hipócritas. ¿Me decía? Ah si,
por supuesto ¿cómo no? Acepto una infusión para amenizar nuestra plática así de paso caliento mis cuerdas vocales, lo voy a
necesitar pues hay mucho de qué hablar. Gracias.
Comenzaré por hacerle conocer mi opinión sobre ciertas
consideraciones a su idea de que deberíamos darle imagen a la preterintención
de maquinar planes obsoletos. Si bien me parece loable exponer a nuestros pares
a la manifestación de todas sus ocurrencias creo que estaríamos cerca de una utopía, paranoica
podría decirse, aunque no por eso exenta de altruismo. Antes que nada, déjeme Señor
hacer un elogio a lo obsoleto del producto de nuestra imaginación. La única obsolescencia
que debe desterrarse es la de los objetos de consumo. El resto debe ponerse en
un pedestal, adorarse de alguna u otra forma. Es la única manera de que alguna
vez se nos ocurran planes factibles, esos que nos salvan y que derivan, a su
vez, de millones de planes estúpidos o inútiles.
Si, no se
sorprenda, es más, lo repito: Somos el producto de un conjunto de millones de
errores, imprecisiones, ideas y maquinaciones inútiles de nuestros antepasados
y de nosotros mismos. No debemos olvidar que nuestra esencia es el error. Tanto
es así que solo vemos la perfección en nuestros dioses, esos que, para algunos,
también son fruto de las ideas. Le pido señor no me tilde de materialista así
tan fácilmente. Solo manifiesto mi humilde parecer en el ámbito de lo
cotidiano. Hace falta ver a nuestro alrededor para confirmar lo que aquí
señalo. Estamos rodeados de obsolescencia. Nosotros mismos, al estar hechos de
carne y hueso ya lo somos. Dígame señor, si al menos y para ir de a poco, esto
ya no es una prueba de lo que afirmo. Atrévase a rebatir este argumento. Ya sé,
ya sé, usted insiste. Sé que le parece que me quedo solo con lo material y se
pregunta dónde queda la esencia, el ente, el espíritu. Déjeme responder seriamente a su brillante
inquietud: Soy un hombre de mi tiempo, nada más y nada menos. Por lo tanto
usted no puede esperar otra cosa. Si usted quiere discutir o discurrir sobre
cuestiones del espíritu le aconsejaría que visite a un cura o a un curandero,
el que sea de su mayor agrado.
Le pido que tome
en cuenta mis palabras y la seriedad de mi propósito. Está bien, lo comprendo,
atienda su celular, puede ser una emergencia… Ah, no era nada importante,
bueno, mejor así. Como le explicaba antes de la llamada hay que insistir en el
aspecto programático de su idea, que no quede en una retórica vacía de
contenido, en este tipo de cuestiones hay que ser extremadamente pragmático. Lo
señalo pues es de vital importancia para que la idea madure y se haga cuerpo, para saber reconocer cual es
nuestra ubicación teleológica en este tema. Le pido que preste suma atención a esto y que además
por favor deje de jugar con las medialunas rellenas, con la comida no se juega.
Ya fue suficiente, ejem, si, tiene crema, si,
en el bigote, no, a ver, déjeme, déjeme a mí, acá hay una servilleta,
bien, ya está limpito. Listo. Sigamos. Como le decía hace un momento, si si, mientras
usted revolvía de manera nerviosa su chocolate caliente justo antes de que cayera
sobre su, hasta ese momento, impecable camisa blanca. Quizás por eso no me
escuchó, claro, estaba distraído. Por eso lo recalco aunque peque de repetitivo:
la búsqueda debe encaminarse hacia algo pero para llegar al objetivo es
inevitable transitar varios caminos, superar obstáculos y seguir, siempre
seguir, aunque parezca que no se llega a
ningún lado.
Y si, ya sé, usted
me interrumpe y dice que esto es lo que se ha venido haciendo de un tiempo a
esta parte y que nada ha cambiado a lo que yo debo responder que no debe ser
tan ambicioso. Sé que usted no opina lo mismo, que no compartimos criterios
pues usted es un hombre de acción y yo un hombre de pensamiento pero no hace falta
que grite, no, no se enoje, es solo un intercambio de opiniones, siéntese, por
favor, siéntese. ¿En que estaba? Ah, sí, que no todo está perdido y que debe
ver el vaso medio lleno. No, no le estoy tomando el pelo, me di cuenta que lo
del chocolate fue un accidente, le pido me disculpe si pareció que bromeaba con
su infortunio, nada más alejado de la realidad, faltaba más. Mmm, sigo, ah ¿no? ¿Qué? ¿Qué está diciendo? ¿Qué me manejo con
frases trilladas y que suele escuchar a menudo todo esto en sus reuniones de
amigos intelectualoides o en charlas pedorras de café? ¡Usted me ofende! Yo venía aquí con buenas
intenciones para hablar de algo serio mientras usted divaga en pormenores que
no vienen al caso y además tiene la osadía de llevar adelante este ataque,
hasta aquí verbal, hacia mi persona. No está de más señalar que fue usted quien
me cito a este bolichón, ¡Si señor! ¡Bolichón de cuarta categoría! y ¡¿Sabe qué?!
¡Me importa un rábano que sea el bar de su primo! ¡Le advierto! No se atreva a
amenazarme o se hará cargo de las consecuencias. ¡Un caballero se vale de sus
propios puños, mano a mano con su contendiente y no de la ayuda de parientes de
dudosa reputación como este que dice ser su primo y que piensa que con su homínida figura hará que
repliegue mi posición! ¡Para nada! ¡Para nada! ¡Si hay algo que me sobran son
agallas! ¡Lo espero en la esquina a usted y a quien sea! ¡Les voy a enseñar a resolver esta afrenta!
¡Como hombres! ¡Como se debe! ¡Lo único que faltaba!